24/3/10

Cuestión de diálogo

A veces he traído a estas líneas a mi amigo, el fanático futbolero, ¿verdad?, y os he hablado de sus inquietudes y de sus motivaciones. Pues bien, hoy vuelvo con él. Esta mañana me ha llamado. Me dice que está hecho un lío. El pobre no sabe por dónde tirar. Aunque su equipo es tercero en la clasificación, con ventaja sobre los oponentes, y marcha firme en la Europa League, no está bien. Me confiesa que tiene problemas en casa.

A pesar de que mi amigo asegura que todas las contrariedades comenzaron el domingo pasado, yo creo que no es así; que en todo caso aquello fue la gota que colma el vaso, pero que la cosa viene de lejos, de hace tiempo, de bastante tiempo.

Él insiste en que no, que sólo fue cosa del domingo. Me cuenta que todo arrancó esa mañana, cuando a eso del mediodía se puso cara a la televisión para ver el Real Sociedad-Levante. Como tenía programada una comida familiar en el chalet de sus cuñados, su mujer le puso mala cara, consciente de que iban a llegar tarde a la cita.

Ya en la casa del pariente, como de telón de fondo de la fideuá, la pequeña pantalla ofreció las imágenes del Manchester-Liverpool. Le habían bajado el volumen, pero él no pudo evitar los repetidos reojos que incomodaron sobremanera a su mujer, enojo que fue en aumento en el mismo instante en que en la sobremesa, mientras ella colaboraba en retirar los platos y cubiertos, él se acomodó en la mejor butaca para seguir el Mallorca-Atlético de Madrid que, por cierto, no terminó de ver porque no estaba dispuesto a perderse en directo el Valencia-Almería, en Mestalla. Entrada la noche, ya de vuelta a casa, como en la tele ofrecían el Zaragoza-Barça, durante la cena apenas cruzó una palabra con la parienta.

-Mi mujer es muy rara, tú. Anoche se puso hecha un basilisco cuando le dije que quería ver los resúmenes de los partidos.

-¿Tú le has preguntado si le gusta el fútbol?

-No... Pero, ¿es que hay alguien al que no le guste?

74. (Las Provincias, 24 de marzo de 2010)

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