7/12/09

Ganar sin sufrir

Manuel Llorente no había hecho tanta fuerza de contención de los esfínteres desde una vez que sufrió una fuerte gastroenteritis. ¡Menudo final de partido! No había más que ver el gesto desencajado del presidente, mezcla de satisfacción e inquietud, para adivinar lo que estaba sufriendo el que en esos momentos se convertía en el reflejo más fiel de toda una afición que debe tener ansia de ver ganar a su equipo sin tanto sufrimiento.

La merecida victoria de ayer en San Mamés encumbra al Valencia a la tercera posición de la tabla, le reafirma como mejor visitante de la Liga y, a la vez, le inyecta toda la moral necesaria para afrontar el sábado el asalto a la segunda plaza, porque esa tarde-noche es cuando el Real Madrid visita Mestalla.

Pero sería un error caer en cuentos de la lechera y otras zarandajas, como sucedió hace apenas una semana cuando el Mallorca llegó a Valencia. Entonces no fue el rival, sino la fortuna, quien desmoronó el castillo de naipes. Por eso hay que vivir la realidad y evitar levitaciones y ventas de humo.

El Valencia ayer fue mejor que el Athletic, pero volvió a sufrir. En exceso. Hasta el final. Acabó, como suele decirse, apretando el culo. Le faltó acertar a 'dormir' el partido. Le costó demasiado. Parece que no lo sabe hacer de otra forma y eso es algo que debería consultar al especialista. ¡Oiga, hágaselo mirar! Ensaye, del mismo modo que se ejercita en las jugadas de estrategia. No es normal que despida los partidos pidiendo la hora.

Antes de todo el sufrimiento pudo haber sentenciado por medio de su goleador, David Villa, que no acertó en un intento de vaselina, y acto seguido, un par más de errores individuales sirvieron para que el rival se pusiera por delante.

Sin embargo enfrente había un equipo que estaba obligado a ganar. Que quería ganar. El Guaje recuperó el olfato que le condujo de nuevo a la cima de la tabla de realizadores y poco después Mathieu sentenció con un golazo. Pero con tanto sufrimiento, no. De ninguna manera, porque el cántaro puede hacerse añicos.

33. (Las Provincias, 7 de diciembre de 2009)

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