9/6/10

El niño, el novio y el muerto

Estos días es ponerte frente al ordenador y, casi sin querer, como estimulados por una fuerza extraña, quizás sobrenatural, los dedos lentamente empiezan a golpear sobre el teclado. M, a, n... Y poco a poco va apareciendo el nombre del presidente del Valencia. Tiene toda la pinta de un fenómeno paranormal, Iker. Resulta sobrecogedor, Carmen. Sobre todo porque hoy, precisamente, debería salir el nombre de Fernando Gómez.
Pero, no. Manolo Llorente es quien está en boca de todos. Se ha convertido en ese tipo de persona que despierta pasiones. Para unos, a favor, para otros, los más, en contra, probablemente por el cargo que ostenta y por las traumáticas decisiones que ha adoptado, que en algunos casos son susceptibles de discusiones.
Los detractores de Manuel Llorente, sin llegar a calificarlo como el «eje del mal» que dijo Paco Roig, ven él una especie de Garzón. Sin el patológico afán de notoriedad del juez, pero con el máximo protagonismo de un presidente presidencialista. No hay consejo. Es él. Y no dudan en recordarle los cadáveres que ha dejado a su paso. Hoy lo hará Fernando en una rueda de prensa en la que como ex director deportivo, pero todavía consejero, tratará de limpiar su nombre de la mugre que desde algún sector se le ha querido colocar.
Conociendo a Fernando, es fácil adivinar que, aunque no saque la navaja, hablará muy claro. Colocará sobre el tapete el trabajo que ha hecho y no presentará la dimisión. Es cerebral y tomará la mejor elección después de haber analizado todas las alternativas. Sabe que un consejero en solitario no tiene capacidad de convertirse en la voz de la conciencia del presidente. Pero para decir adiós habrá otro momento.
Mientras, con la guadaña en la mano, Manolo controla todo el Valencia, el club, el equipo, la secretaría técnica, incluso la Fundación. Se ha convertido en el niño en el bautizo y en el novio en la boda. Absolutamente todo pasa por él, que para eso le han colocado ahí y le han dado plenos poderes. Es de ley, pero corre serio peligro de que a la larga acabe siendo el muerto en su entierro.
106. (Las Provincias, 9 de junio de 2010)

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