3/2/14

UN GRUÑÓN CON UN CORAZÓN ENORME

Mírame a los ojitos". Aquella mítica frase con la que puso firme al mítico Romario al acabar un entrenamiento en la ciudad deportiva Paterna, describe a la perfección cómo era Luis Aragonés, del que como jugador y entrenador se ha dicho todo y se ha elogiado sin esfuerzo porque de fútbol "El Sabio" sabía un montón.

Pero me refiero aquí al Luis Aragonés cercano. Mi relación con él llegó por el fútbol, claro, comenzó distante, muy tensa y acabó siendo cordial y sincera. Para empezar diría que, a pesar de que Luis tenía un amplio sentido del humor, nunca fue amigo eufemismos, tan habituales a día de hoy. Siempre llamó al pan, pan, y al vino, vino, y eso a veces le convirtió en algo más que un cascarrabias. Cascarrabias, sí, pero con un corazón enorme, amigo de sus amigos y desde luego defensor a ultranza de sus futbolistas.

Cuando acabando el verano del 96 el sorteo de emparejamientos de la copa de la UEFA determinó que el Valencia disputaría la primera eliminatoria frente al Bayern de Munich, traté de hablar con él porque enseguida me vino a la memoria que él fue protagonista con un gol en la final europea del 74, en la que otro tanto de un tal Schwarzenbeck en el suspiro final del partido, echó por la borda las ilusiones de los colchoneros. Luis entendió mal mi interés y casi acabamos como el rosario de la aurora. Luis había sacado su carácter ácido y tuvo que frenarlo José Manuel Rielo, que era su segundo.

Sin embargo, días después, gracias a la intervención de Jesús Paredes, entonces su preparador físico, no sólo se deshizo el entuerto, sino que a partir de ese momento la relación resultó fluida, cordial, y si me apuran añadiría que hasta entrañable, por su mensaje en un momento personal difícil.

Reconforta revivir las interesantes charlas de fútbol frente a unos cafés y cigarrillos, bien en algún desplazamiento del equipo, o cuando tiempo después él regresó a Valencia al frente del Betis, Mallorca, Atlético y finalmente con la selección española.

Luis fue un poco gruñón, sí, pero un gruñón con un corazón enorme. Y hago mías las palabras que le ha dedicado mi amigo Agustín Castellote: "apagó la luz, pero dejó estrellas encendidas". Y añado: En el fútbol y fuera de él.

536 (Publicado en Las Provincias, el 2 de febrero de 2014)

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