Me gusta el fútbol, sí, aunque siempre hay partidos y partidos, y también,
como sucede ahora, horarios y horarios. Ocurre que más de un día vas al estadio
con la mejor predisposición, repleto de ilusión por ver un buen espectáculo, y te
encuentras con una castaña de esas que no hay por donde cogerla. Eso es
cuestión de suerte. Pero que te coloquen el encuentro a un horario que chirría
por los cuatro costados, cuesta de digerir. Cuestión de gustos. Por ejemplo
este domingo, por primera vez desde que funciona la memoria, el Valencia va a
disputar a las 12 de la mañana, en Mestalla.
Eso de los partidos al mediodía que se inventó la Liga de Fútbol para
sacar más dividendos de los derechos televisivos de la competición, pues como
que no. ¿Que donde hay patrón no manda marinero? Sí; ¿que para gustos, colores?
También. Pero las doce del mediodía de los domingos a algunos nos resulta de un
gris marengo que no veas. ¡Justamente el día que te puedes dar el gustazo de
aguantar unas horas más en la cama antes del paseo, la cañita y la ración de
calamares a la andaluza previos a la paella, va y te colocan un partido.
Sí, ya sé que el horario no es nuevo, aunque para el Valencia, en
Mestalla, será la primera vez. También sé que en otros lugares juegan a las
tres de la tarde, que aquí es la hora de la comida. Y que el Valencia, en
ocasiones, ha fijado partidos que empezaban un día y terminaban al siguiente
(casos del Trofeo Naranja). Llamadme "viejuno", anticuado, renegón, o
lo que os parezca. Pero a mí el fútbol me gusta a la hora de toda la vida. No
sé si el viento se lleva los algodones y en las esquinas hay grupos de silencio...
pero desde luego me gusta a las cinco de la tarde; a las cinco en punto de la
tarde. Como los toros.
Quizá es por hábito, porque me gusta levantarme tarde, o porque el
subconsciente me recuerda que hace ya años, cuando el filial valencianista
disputaba sus encuentros a esa hora, en Mestalla, perdí allí durante un buen
rato a mi hijo, al que me llevé al partido aunque el fútbol siempre le ha importado
tanto como porqué el graznido del pato no hace eco.
Mientras Junior iba de aquí para allá, escaleras arriba, escaleras
abajo, yo permanecía atento a las evoluciones de aquellos chavales que luego
fueron titulares en el primer equipo. Pero de pronto un reojo hizo que el
corazón me diera un vuelco. ¡Luis! Algunos de los pocos espectadores que
acudían aquellas matinales colaboraron en la búsqueda. No tardamos en dar con
él. Pero menudo susto. Se había encaramado hacia el anfiteatro y al verme se
limitó a soltar con total naturalidad: "¿Dónde te habías ido, papá?"
Lo dicho. Será por eso o por aquello. No sé. Me gusta
el fútbol, sí, pero a la hora que toca. Igual
que cuando no hay fútbol, considero que la hora de la siesta es la perfecta
para ver en La 2 los programas de la migración de los ñus en el desierto del
Kalahari. Es cuestión de gustos.
568 (Publicado en Las Provincias, el 13 de febrero de 2015)
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