12/12/14

FARISEÍSMO

Una cosa es luchar contra el racismo, la xenofobia y la violencia y otra muy distinta los fuegos artificiales. ¿A partir de cuántas personas insultado a coro en un campo de fútbol considera el señor Tebas que merecen un castigo ejemplar? ¿Diez, treinta, cincuenta, cien, mil...? ¿Y a qué tipo de ofensas se refiere el presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP)? ¿Echará mano del "Diccionario secreto" de Camilo José Cela para elaborar su listado de afrentas e improperios? ¿Y un catálogo que establezca un baremo de sanciones?
La primera cuestión será conocer la tabla de insultos que ha considerado impropios porque, por ejemplo, si uno o un grupo de aficionados entona cánticos en los que se califica de "cabrón" a un árbitro, a un jugador rival e incluso a un político que ese día se sienta en el palco principal, Javier Tebas deberá de tener en cuenta que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) determina en su primera acepción que la palabra alude a la persona que hace malas pasadas o resulta molesta. Vamos, que en ese caso no es tal ofensa como en general se piensa.
Una vez conozcamos ese baremo habrá que establecer el número de personajes mínimo que merece el castigo que, por lo que se dice, será la expulsión del recinto. Parece que no es lo mismo que ochenta energúmenos se acuerden del árbitro o de un rival, a que lo haga en solitario un registrador de la propiedad, un notario o un médico internista que ha ido al estadio para descargar la adrenalina que acumuló durante la semana, y curiosamente ocupe plaza... justo al lado de unos menores.
Por último, al establecer la escala de sanciones Tebas deberá de tener muy presente el principio jurídico de la proporcionalidad. El otro día escuché a un entrenador que desveló algo que sabe cualquiera que haya ido por los campos de España.  En todas partes cuecen habas. No hay ningún recinto que se escape de escuchar improperios, y si se empieza a dar puerta a los asistentes que agravian –dijo el técnico–, los estadios quedarán vacios. Además se podría añadir incluso que los partidos no acabarían jugando once contra once.
Todo lo que ha propuesto el presidente de la LFP está muy bien pero, ahora en serio, ¡va!, ¿de verdad hay alguien que pueda creer que el grave problema que supone la violencia en el fútbol –que es lo que ha desencadenado todo este asunto– se soluciona con parches? La educación es un asunto de base. Algunos podrían repasar, si lo conocen, el manual de urbanidad de Carreño. Pero el conflicto real nace de la facilidad de acceso que siempre se ha dado desde los propios clubes a los radicales que provocan los actos violentos. Lo demás es fariseísmo.
561 (Publicado en Las Provincias, el 12 de diciembre de 2014)

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