Antes del
reciente parón liguero, aquellos horarios casi de discoteca que la LFP decidió
poner a algunos partidos, sorprendieron a unos, disgustaron a otros, y a más de
cuatro, encabritaron. Pasado el temporal pensábamos que iba a llegar la
sensatez, y aunque parece que no se volverá
jugar a horas tan intempestivas, se ha visto que no. Que aún falta
cordura. A la Liga le siguen interesando bastante más las transmisiones de
televisión que quienes asisten a los estadios, o los propios futbolistas. Ha
dado un nuevo tumbo, ahora hacia el otro costado. Los horarios siguen sin
gustar.
Como ejemplo
basta recordar los establecidos para de los tres partidos inmediatos que ha de
disputar el Valencia (frente al Celta, Mallorca y Levante). El primero, este
mismo sábado, a las seis de la tarde (habrá que ver la asistencia). El
siguiente, domingo, a las doce del mediodía (fenomenal para los asiáticos que
ven la tele), y del derbi, otra vez sábado, pero a la hora del café, a las
cuatro.
Pero es que
realmente en casi todos los órdenes pasamos como si nada de un extremo al otro,
del blanco al negro. Es como si no existiera la escala de grises. Hablamos de
un jugador, le colocamos laureles, pero en un abrir y cerrar de ojos cambiamos
el halo por unos cuernos de diablo y con eso queda. O al revés. Y también ocurre
con las plantillas. Hoy podemos decir que tal es la mejor y mañana, si se
tuerce el camino por las lesiones, opinamos que le falta esto, lo otro o lo de
más allá.
En el
Valencia hay claros ejemplos de eso de ir de un extremo al otro. Por cierto,
hace tiempo que le falta un extremo derecho, ¿eh?
446 (Publicado en Las Provincias, el 14 de septiembre de 2012)
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