Se sabe que se va por un año, que el Getafe se hace cargo de la ficha y que si no juega nosecuantos partidos habrá una penalización. Pero a esta historia le falta luz, sobre todo porque Pellegrino había proclamado lo quería en la plantilla, aunque en las dos primeras convocatorias se olvidó del chico.
Con los canteranos el Valencia ni lo tiene claro ni lo ha tenido desde hace tiempo. Quizá lo traen las obligaciones o los temores al fracaso. Pero desde luego lo que es tener arrojo, o como se diga, para echar mano de la cantera y darle comba a algún chavalito, no aparece en la doctrina blanquinegra. Siempre se ha optado por enviarlos fuera, como hacían o hacen los nuevos ricos con sus vástagos, para que la vida y las aventuras les enseñen a desenvolverse en sociedad.
Lo de Guaita fue pura chamba. Había demostrado cualidades pero partía como tercer portero y hubo pensamientos de una nueva cesión. Y si se afianzó no fue porque el técnico dijera aquí estoy yo y me la juego por él. Las lesiones de los otros dos guardametas, César y Moyà, motivaron su continuidad.
Para hablar de arrojo, o si se quiere, de osadía por confiar en un canterano, hay que remontarse bastantes años atrás. El último mohicano fue David Navarro, al que en 2001 Benítez le dio la alternativa, aunque tardó un par de años en abrirse hueco. Pero el caso más significativo data de primeros de 1997, cuando un entrenador con escasa historia en Mestalla, Valdano, descubrió y dio continuidad a un imberbe Javier Farinós, que menuda respuesta dio luego.
A lo mejor a Alcácer, y a otros, le habría hecho falta tener un entrenador que apostara por él y, claro, a la vez también unos dirigentes que apoyaran la decisión de ese técnico.
439 (Publicado en Las Provincias el 29 de agosto de 2012)
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