El entrenador del Valencia, siempre de pie, de aquí para allá en el área técnica, gesticulando, dando instrucciones y palmas de asentimiento cuando las cosas van bien y de ánimo cuando se tuercen, fue muy hábil. Estuvo atento para recoger el balón que había salido por la banda y dárselo con presteza a Jordi Alba.
El chaval, que también es muy vivo, fue una prolongación del técnico. Lo envió con rapidez sobre Mata que, bueno, ya saben el desenlace. Desesperación de los riojanos, que no daban crédito a cómo en un abrir y cerrar de ojos les 'robaban' la cartera. La veloz internada del mundialista acabó con asistencia a Adúriz para que el guiputxi abriese la lata. Pero a Unai, lo que es de Unai.
La tarea del entrenador va más lejos de la docencia que implica el cargo. Más allá de dar respuesta a la elección de los futbolistas, de diseñar tácticas. El técnico ha de adecuarse a una sociedad cambiante y eso implica aprovechar cualquier situación en beneficio del grupo. A veces el mínimo detalle tiene inmeso valor.
Me viene a la memoria que un prestigioso entrenador de fútbol refería la importancia de la actitud con la que el futbolista afronta el partido o determinada acción durante el juego, pero también la del propio técnico, su carácter para defender al grupo.
Aquél veterano aludió a una jugada similar a la que inició Unai en Las Gaunas y también puso otro ejemplo: en determinado momento, desviar la atención del grupo y centrarla en sí mismo aunque le cueste una amonestación, con el fin de ganar un tiempo muerto que frene el ritmo del rival. Hablaba de situaciones que no tienen nada que ver con simular una lesión o fingir una zancadilla. Porque una cosa es ser tramposo y otra, muy distinta, ser avispado, como Unai.
167. (Publicado en Las Provicias, 30 de octubre de 2010)
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