¿A ustedes no les ha pasado alguna vez eso de decir «esto ya lo he vivido» sin que se trate de un dèja vu? ¿Que concurra una situación idéntica a la real de un pasado más o menos lejano? Pues eso me viene a la mente al pensar en el partido de hoy, porque hace treinta y un años hubo un duelo similar en necesidad y escenario. El Valencia estaba obligado a ganar para seguir vivo, entonces en la Recopa de Europa.
En la madrugada del 7 de noviembre de 1979, en el hotel donde los valencianistas velaban sus armas para enfrentarse horas después al Rangers, Di Stéfano, que era el entrenador, le daba vueltas a la alineación. Estaba decidido a dejar fuera del once a Kempes y Bonhoff, mientras el presidente, Ramos Costa, se hacía cruces: «¡Este hombre quiere que además de perder la eliminatoria nos maten al llegar a Valencia.!»
Tal vez fue la labia de Ramos o la reflexión del técnico, pero finalmente jugaron los dos y, además, el centrocampista alemán abrió el camino de la victoria y luego el Matador hizo dos dianas que sentenciaron la clasificación (1-3).
La clave de aquel partido estuvo en el bloque. En la apuesta revolucionaria de Di Stéfano, que entre otros dio paso a un joven Subirats, que realizó un gran encuentro, y al también imberbe Pablo Rodríguez, extremo asturiano a quien por su velocidad los escoceses bautizaron como 'la ardilla de Ibrox Park'.
Hasta ahora Unai ha elegido bien (con algún borrón, como el mejor escribano) y hoy está obligado a acertar, como hizo Alfredo hace treinta años. Pero además, de la misma forma que entonces, los elegidos han de mostrar su tino para que sus nombres puedan brillar con letras de neón.
163. (Las Provincias, 20 de octubre de 2010)
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