Es lógico que las críticas se centren en el capitán del barco, porque es la cabeza visible. Y hasta cierto punto también es normal que se critique el dibujo y se discuta si es más efectivo el 4-2-3-1, el 4-4-2 o el 4-3-3, porque todos llevamos dentro un entrenador en potencia. Pero aparte de estos debates y de lanzar dardos al timonel, habrá que pensar que tampoco estuvieron inspirados los encargados de manejarse en el trinquete, en el palo mayor y en el de mesana, o los que desenvolvieron entre jarcias y botavaras.
La culpa no fue sólo del cha-cha-cha y habría mucho que hablar de la falta de personalidad con la que el Valencia afrontó el partido de Ibrox. La primera lectura es que el equipo transmitió la sensación de que ignoraba que el campeón escocés iba a entregarle el balón para jugar a la contra, porque acabó por mostrarse como un bloque que careció del hambre de victoria con la que nos había acostumbrado.
El miércoles muchos aficionados echarían de menos la concentración, la determinación, la ambición y el ansia de los últimos partidos. Yo al menos no la vi. Mucha posesión de balón, sí, pero como un día ironizó Di Stéfano, «¿en estos casos también se contabiliza el tiempo que el jugador está en con el balón en las manos cuando va a realizar un saque de banda?».
Vamos a pensar que lo de Escocia fue un mal día y que los graves problemas que el equipo tuvo atrás y delante no fueron sólo culpa del medio campo. Pero otro vez, cuando un rival tenga a todos colgados del larguero (bueno, dejaron a Miller en punta) convendrá pensar en las bandas. Quiero decir, jugar por las bandas, para no acabar siendo una banda.
164. (Publicado en Las Provincias, el 22 de octubre de 2010)
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