Después de
la victoria del Valencia en Pamplona, probablemente no ha sido necesario
recurrir al diccionario para encontrar la palabra justa que la defina. Ha
bastado recordar lo que se dijo hace unas semanas, después de que el equipo, con
diez, le plantara cara al campeón europeo Bayern. ¿Implicación?, ¿actitud?,
¿concentración?, ¿intensidad?, ¿predisposición?... Seguramente, sin echar mano
de más sinónimos, todo se resume en que esta vez hubo vergüenza torera.
Ernesto
Valverde ha empezado con buen pie. Su llegada al banquillo blanquinegro ha
hecho que se cumpliera el topicazo. Victoria. Primera de la temporada liguera
en campo ajeno. Se hacía imprescindible ganar y el triunfo se ha convertido en
el mejor alivio para un equipo que agonizaba y todavía tiene mucho que
demostrar. Y también ha sido un bálsamo para un presidente al que sólo los
resultados le pueden evitar los pañuelos que le obliguen a dejar el sillón.
Todo lo que
sea sumar, es bueno. Pero no conviene sacar los pies del tiesto porque ni un
dedo hace mano ni una golondrina hace verano. A pesar de que sólo hubo fútbol
porque así se llama el juego de once contra once con un balón por medio, y
también a pesar de que el rival tiene tufo a Segunda, la satisfacción por la
victoria es lógica. ¡Faltaría más! Valverde y los jugadores han roto un
maleficio, sabiendo que esta victoria sin continuidad no sirve absolutamente
para nada. Por eso es probable que la declaración más coherente que se ha
escuchado después del encuentro en Pamplona fuera la que estuvo en boca de
capitán Albelda, al advertir que esto no se acaba ahí, que por delante queda un
largo camino y que el peor enemigo es la relajación.
Aquello que
decía Benedetti de que el tiempo es relativo y que cinco minutos bastan para
soñar, viene que ni pintado. El Valencia no puede detenerse a fantasear. La
realidad le obliga a hacer muchos codos para recuperar el tiempo perdido, que
es lo que busca, y así aprobar este cuatrimestre.
481 (Publicado en Las Provincias el 10 de diciembre de 2012)
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