Las reflexiones de Llorente, a pesar de que los nervios le
traicionaron en la dicción, mostraron a un dirigente que, con cara de haberse
tragado muchos sapos, llevaba puesto el chubasquero para aguantar el chaparrón
de preguntas que se le iban a venir encima. El presidente echó mano de una
arenga populista: hay que apretarle las tuercas y exigir más responsabilidad a
los jugadores y reclamar la máxima unión y el apoyo de la grada. Lo más importante
es que desveló (aunque sin explicar a cambio de qué), que había pactado con
Bankia una prórroga para hacer frente a la deuda que, avalada por la
Generalitat, vence el próximo día 27.
Después de hacer un repaso de los logros en sus tres años y
medio de gestión como máximo responsable (o único, porque al menos hasta ahora
ha sido de los de "yo me lo guiso, yo me como"), en una especie de
huida hacia adelante se autoproclamó como un
líder salvador; como un mesías que es capaz de conducir el rebaño por
las regiones más inhóspitas y desérticas. Si no, ya se habría ido hace tiempo.
Llorente separó la crisis deportiva de la institucional. En
este tiempo ha aprendido que si los resultados acompañan, los demás problemas
se pueden difuminar. Y a ese clavo se aferra, aunque no debe desconocer que en
las altas esferas ya ha habido un cónclave.
485 (Publicado en Las Provincias, el 19 de diciembre de 2012)
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