La selección española ha conseguido el objetivo de clasificarse para cuartos y, aunque ha sido sin la brillantez esperada, hay que felicitarla. Del mismo modo que se felicitó al Valencia cuando, sin conectar con la grada, logró el acceso directo para la Champions. Salvando todas las diferencias, que son muchas, en ambos casos coincide que los equipos no han ofrecido todo lo que se esperaba, probablemente porque se habían generado demasiadas expectativas.
A Unai se le atragantaron las críticas por la falta de chispa de su equipo y en este inicio de Eurocopa a Del Bosque no le ha gustado una pizca el debate sobre la conveniencia de un falso nueve o la lentitud del juego en el último partido.
El puesto de entrenador es susceptible a todo tipo de críticas. De la grada, de los que están frente a la tele, aficionados y periodistas. Cada uno tiene su once y su patrón de juego. Y como somos tantos, las alineaciones y las alternativas van que vuelan. ¿Por qué juega sin nueve? ¿Por qué no pone al otro? ¿Por qué no cambia a aquél? Son preguntas previas a las descalificaciones.
Ocurre que a los entrenadores que tienen halo de buena persona, se les nota mucho más el genio cuando lo sacan a pasear. Los dardos defensivos que por ser habituales en otros nos resbalan, provocan sorpresa en boca del buen chico. Por eso me asombró Unai en sus últimas semanas en el Valencia y ahora me ha desconcertado Del Bosque. Especialmente porque la crítica ni fue ni ha sido arbitraria.
413 (Publicado en Las Provincias, el 20 de junio de 2012)
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