El sustento de los entrenadores son los resultados, aunque también el mayor o menor apoyo que reciben de la prensa y la grada, circunstancia que está por encima de los criterios de los dirigentes que, no nos engañemos, aunque no quieran admitirlo terminan por tomar sus decisiones de acuerdo con el barómetro de los marcadores y del respaldo mediático.
Por citar algunos ejemplos, Unai Emery se ganó la renovación en el Valencia por conducir al equipo a la Champions League; en el Barça, Pep Guardiola acabó el ejercicio en disposición de poner condiciones para continuar al frente del equipo. Y en el Real Madrid, el año pasado por estas mismas fechas, a Manuel Pellegrini ya le habían cincelado una lápida.
Al margen del doble bolo de ayer en Palermo, donde un despiste equivalió a un gol en contra, la cosecha del Valencia en los seis partidos previos de preparación está resultando desfavorable, no sólo porque ha recibido más goles de los que ha marcado, que ya es para hacérselo ver, sino porque se observa holgura en bastantes piezas de la maquinaria; hay mucho por ajustar.
Unai ha de darle a la llave inglesa aquí y allá, a toda hora. Y con esta expresión no me refiero pegarle un mamporro a quien se encandile, aunque metafóricamente todos estaríamos de acuerdo en que se le diera. En su etapa en Almería demostró que sabe trabajar con un grupo y ahora ha de volver a hacerlo porque ya no depende del gol del que no está. Ahora el entrenador ha de acertar y apretar las tuercas precisas para que el equipo inicie el torneo sin titubeos y con fortaleza para rendir en las tres competiciones.
134. (Las Provincias, 13 de agosto de 2010)
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