El Valencia
volvió a las andadas y eso le ha reportado andanadas, algunas apuntando a la línea de flotación. Pellegrino debe de
andar algo inquieto. Tan inquieto y preocupado como debe estarlo Braulio,
porque ya no sólo se cuestionan las calidades sino las cualidades y las
actitudes.
Siempre se
hace referencia a un mínimo de confianza de cien días, y ese es un margen que
el entrenador ha superado, aunque se puede ampliar un par de semanas más. Pero
no muchas más. Noviembre está ahí, el fútbol es inmediatez y en estos momentos
el Valencia ya aparece a siete puntos de "su" tercera posición, que
ahora ocupa el Málaga.
De poco
sirve que se pida perdón por haberlo hecho mal en Sevilla. La paciencia del
valencianismo no es elástica. Y los golpecitos en el pecho dicen poco cuando el
juego es tan rancio que se resume en aquello que ya entonó en etapas recientes.
Lo del pasito p'alante, María, y el pasito p'atrás.
Después de
la reacción en la Champions ante el BATE Borisov, seguramente bajo la influencia
de la remondada frente al Athletic (que
unos dicen que fue cosa de casta y otros callan y arrugan el entrecejo porque
no olvidan la ingenuidad de Ander Herrera), en Sevilla se esperaba bastante.
Pero ese grupo que se dice que tienen más calidad que el del ejercicio
anterior, tiene más lagunas que Ruidera.
Apenas dio algo de cal en la segunda parte y ya se sabe que en la mezcla
del mortero es imprescindible la arena.
En la Copa,
mañana, el partido con el Llagostera debe de convertirse en mero trámite. Si no
es así, más de uno debería de recoger los trastos y marcharse con la música a
otra parte. Pero después de la ronda del KO está el partido del sábado con el
Atlético, y un uppercut en la jornada diez te puede dejar en la lona, oyendo
como silban los pajaritos, a 17 puntos, mientras se desvanecen todas las
ilusiones. Y eso, no. El Valencia ha de colocar en el vestuario un cartel con
letras enormes que diga "prohibido dormirse".
464 (Publicado en Las Provincias, el 29 de octubre de 2012)
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