Los
deficientes resultados del Valencia han dejado de par en par la puerta del
desencanto, pero además ha habido quien se ha dado prisa en abrir la ventana de
la irritación, con el aparente interés de generar una corriente de aire que
avive las llamas de la crítica, no vaya a ser que alguien desvíe la mirada
hacia otros lugares, y eso es lo que menos interesa.
En cuanto la
Liga se paraliza por los compromisos de las selecciones, esa semana sin jornada
se hace eterna para muchos equipos, dependiendo de cómo les haya ido en la
feria. Para el Valencia, herido por el batacazo en el derbi, no sirven las
tiritas. En lo poco que llevamos se evidencia que hace falta algo más que un
parche en la defensa y en las bandas. Pero desde luego lo menos conveniente es
que algún iluminado vea la solución en dar lustre a la guillotina.
Llegados a
este punto es cuando la prudencia se hace más necesaria que nunca. Sin
remontarnos a etapas lejanas, en la temporada pasada, por estas mismas fechas
(entonces era la jornada novena) el Valencia navegaba en un mar muy picado, y
con cuatro victorias consecutivas (Zaragoza, Getafe, Leverkusen y Levante) le
dio la vuelta a una situación que empezaba a ser más que preocupante. Aquellos
marcadores se convirtieron en el mejor bálsamo.
Hoy, los
números y la realidad determinan que en el arranque del Valencia el motor ha
perdido fuerza y, lamentablemente, no sólo parece que sea una cuestión de que
el filtro del aire esté sucio o las bujías en mal estado. No se puede ocultar
el desencanto que provoca la marcha del equipo ni es difícil determinar que el
grupo ha perdido calidad respecto a ejercicios anteriores. Además, se echa de
menos mayor concentración.
Pero, sobre
todo, la desazón la provoca el hecho de que hasta el momento Pellegrino no haya dado
con un patrón de juego. Yendo por ese camino el sufrimiento está garantizado.
Esa es la inquietud. Sin embargo la objetividad también dice que esto no ha
hecho más que comenzar.
456 (Publicado en Las Provincias el 10 de octubre de 2012)
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