Manolo Llorente tiene el despacho orientado al Este. La luz le llega desde el Oriente, la luz de la sabiduría a la que aludió Umbral, que se abre paso entre los visillos de los balcones altos que recaen en la plaza de la Afición. Desde esa perspectiva se convierte en el ojo que controla y todo lo ve.
La imagen que ha dado el presidente del Valencia siempre ha sido la de un hombre parco de palabra, presidencialista por encima de todo, distante e incluso receloso. Sin embargo desde hace algunas semanas se comporta más cercano y eso sorprende. El viernes, por ejemplo, cuando le impuso a José Vaello la insignia de oro y brillantes del club por su destacado y desinteresado apoyo al Valencia, tuvo un detalle que llamó la atención. Él, tan absolutista, para hacer la entrega reclamó la presencia en el estrado de otros dos ex presidentes que asistían al acto, Cortés y Ortí, y les dio protagonismo. Curioso, porque minutos antes se comentaba que los tenía marginados.
Unos dicen que todo esto, igual que una reciente, improvisada y distendida tertulia en la puerta del campo con un grupo de periodistas, es el reflejo de una pose. Que adopta esa actitud porque le ha visto las orejas al lobo de las tijeras y los cambios que se avecinan, y que por eso, cuando después de un mal partido en la grada aparecieron pañuelos de protesta, dejó caer que ni se aferra a la poltrona ni pondría inconvenientes para una salida.
Otros opinan que aunque Manolo siempre ha tratado de dar la imagen de tipo duro, en el fondo tiene corazoncito y se remiten a la ternura con la que le dijo "do svidan’ya" a Unai, aunque el "hasta la vista" sonó a fariseísmo, si es que de verdad hubo tanto amor.
El futuro de Manolo sólo él y Fabra lo saben. En estos casos me gustaría vivir una experiencia como la de esos conductores que una noche sin testigos se encuentran de con un OVNI. Creer. Pero no es el caso porque estoy más cerca de Santo Tomás que de aceptar a pie juntillas lo que quieren hacer que crea.
400 (Publicado en Las Provincias, el 21 de mayo de 2012)
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