El fútbol ha sido considerado durante años como el opio del pueblo. La expresión se tomó de la denuncia de Marx sobre la alienación que para la clase obrera suponía la religión. Los políticos se dieron cuenta de que servía para distraer a las masas y adoptaron la máxima. Se trata de que preocupe más el equipo de uno que lo que pueda ocurrir en el país.
Por eso, probablemente, a ciertas personas hoy les vendría de perillas que el personal estuviera pendiente de que haya o no pitidos cuando suene el himno nacional en el preludio de la final de Copa. Así se hablaría menos del paro, de recortes, de Educación y Sanidad, de la prima de riesgo, de prebendas y cohechos, de Bankia o de Dívar y el CGPJ.
Esperanza Aguirre azuzó el fuego con la sugerencia de una suspensión del partido ante la posibilidad de que aficionados nacionalistas radicales enturbien la fiesta, y luego el TSJM echó más leña al pasarse por el forro el informe de la Policía y autorizar para esta misma tarde una manifestación bajo el lema “contra el separatismo, una bandera”. ¿No querías arroz? Pues dos tazas.
Politizar el fútbol ha sido habitual. En Mestalla ha habido muchas situaciones así. No sería la primera vez que algún sector silba al himno nacional. En los noventa, siendo entrenador Guus Hiddink, denunció que se enarbolaba una esvástica de la grada y, amparado en su sensibilidad y en la Ley del Deporte, se negó a iniciar el partido hasta que no fuera retirada. En aquellas fechas el consejo patrocinó viajes a grupos radicales, pese a los informes en contra de la Policía. Por cierto, ahora también habrá patrocinios aunque, y como entonces, Antiviolencia aconseja evitarlos.
Pero, a lo que íbamos, la Copa. ¿Pitidos? A la gran mayoría no le convencen llevándolos a ese terreno. Quieren divertirse con el deporte, pero han madurado. Pasan del dame pan y fútbol. Ahora exigen pan y mezcla.
402 (Publicado en Las Provincias, el 25 de mayo de 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario