La derrota de ayer en Vila-real se atraganta al valencianismo especialmente porque el equipo llegó al descanso con ventaja de dos goles. Uno, obsequio del portero Juan Carlos a Banega y otro, por la habilidad de Soldado. Los guarismos parecían suficientes como para sentenciar el pase a los cuartos. Todo resuelto. El Villarreal, incrédulo, estaba sobre las cuerdas, grogui, sin ideas.
Pero los partidos duran 90 minutos y, como seguramente el mensaje de Juan Carlos fue algo así como un buen tazón de cola-cao con cereales, su equipo salió con un aire diferente. El fantasma de Riazor sobrevoló El Madrigal. Apenas comenzó la segunda parte la generosidad defensiva del Valencia metió al rival en el partido y en tres minutos hubo un intercambio de papeles. El miedo para ti, la confianza para mí. Y lo que llevaba camino de convertirse en una comedia valencianista, acabó en drama.
Cuando la historia se repite, un descalabro así tiene toda la pinta de que va a pasar factura al entrenador y también a los jugadores.
194. (Publicado en Las Provincias, 7 de enero de 2011)
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