La gesta que el equipo alicantino alcanzó la semana pasada en Barcelona muchos la entendían como un reflejo de la mitología griega; como la primera de las tareas que Euriesto encomendó a Hércules para que se ganara la inmortalidad. El 0-2 fue un paso de gigante. Los albiazules de Esteban Vigo se habían llevado del Camp Nou la piel del León de Nemea y ahora, en el derbi, se disponían a sacrificar a la Hidra de Lerma, de la que brotaban dos cabezas por cada una que le cortaban, porque ese era el segundo de los cometidos.
Pero, amigo, este Valencia pisa firme y no tardó en dejar claro que no estaba dispuesto a asumir el papel de víctima. Al contrario. Después de banderillear por medio de Mata y Pablo, controló la situación a pesar de que el árbitro Ramírez Domínguez animó al rival con algunas de sus decisiones.
Unai hizo rotaciones porque no puede dejar de mirar de reojo al Atlético, que pasado mañana visitará Mestalla. Y el bloque no sólo no acusó los cambios, sino que fue autoritario. Además, después de que en los suspiros finales del primer tiempo un inocente penalti diera vida al rival, se rehizo, y en la segunda parte mostró una enorme capacidad de sufrimiento ante el empuje del rival, que trataba de hacer valer la superioridad numérica por la expulsión de Navarro.
Unai pasa de mitos. ¡A la porra la ficción! Vive el presente, tiene los pies en el suelo y antepone la fuerza del colectivo antes de cualquier individualidad. ¡Y que no pare!
150. (Las Provincias, 20 de septiembre de 2010)
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