Con Fernando Gómez ha sido muy crudo. Le ha faltado elegancia y tacto, y desde luego no ha sopesado que para destapar la caja de los truenos podría convenir una fecha distinta e incluso, si fuera necesario, adelantar dos días un Consejo de Ministros para que coincidiera con el estreno de la selección española en el Mundial de Sudáfrica, y que así el personal tuviera otras cosas en las que pensar.
Pero Manolo ha pasado de sutilezas y de la argucia que proliferó en tiempo de la dictadura, cuando el fútbol se convirtió en una distracción al servicio del general, que además encontró su mejor embajador en un rutilante equipo que se paseaba por Europa ganando copas y mantenía ocupada la mente del aficionado.
La destitución de Fernando como director deportivo sólo puede sorprender por el momento en que se ha producido, y no por el hecho en sí, porque su relación con Manolo estaba enquistada desde el mismo momento en que ambos coincidieron en el consejo. Ni "feeling" ni afecto, a pesar de que el presidente ha utilizado dos adjetivos para justificar su decisión: «Objetiva y económica». Y como si desde la mismísima Comisión Europea le marcaran la hoja de ruta, además advirtió de que la cosa no se va a quedar ahí y que no se descartan recortes adicionales.
Para sacar el Valencia adelante, Manolo está decidido a emplear el bisturí con la precisión de un cirujano. Y eso también va a representar un tijeretazo en su sueldo. No sé si convendría poner música de Vivaldi y mostrar algún brote verde. Pero tras el cese de Fernando, en el club ya hay gente que ha pedido hora en la barbería.
104. (Las Provincias, 4 de junio de 2010)
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