Por eso las decisiones que adopta y ha de adoptar Manuel Llorente podrán ser compartidas o criticadas, pero de momento no admiten discusiones ni vueltas de hoja. Quien realmente puede mover los hilos de la sociedad, que es quien lo puso al frente del timón blanquinegro, le exige resultados y él resuelve de la manera que mejor considera para cumplir el objetivo encomendado.
Aunque tenga que ser a costa de tijeretazos traumáticos, Manolo está obligado a sanear un Valencia endeudado por los cuatro costados y esa tarea requiere incluso decisiones tan drásticas como quitarle los galones y la mitad del sueldo al director deportivo, dejar entrever que él mismo se rebajará las percepciones y que en breve el vicepresidente también verá cercenada su nómina, aunque en este caso se vislumbra un adiós anunciado, porque hace bastante tiempo que al responsable económico le salieron otros novios.
De momento Manuel Llorente, tijera en mano, aguanta sin parpadear, desafiante, todas las miradas. Es el patrón y la marinería está obligada a guardar silencio, aunque él tiene muy claro que el tiempo acabará por determinar si los recortes, que van a proseguir, han sido suficientemente eficaces como para que el barco no zozobre.
Apenas dentro de dos meses, cuando ya estará totalmente definido el equipo que ha de competir en la Champions, se celebrará la junta general de accionistas. Entonces será el momento de que Llorente dé la cara, rinda cuentas y hable muy claro. Está obligado a hacerlo, no sea que empiece la temporada y quienes se hagan escuchar sean los aficionados.
105. (Las Provincias, 7 de junio de 2010)
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