Ayer el que pitó fue Mestalla. ¡Y vaya si pitó! Pero nada que ver con el reclamo publicitario. En este caso los pitos se escucharon después del descanso y desde luego no tuvieron absolutamente nada que ver con los del anuncio de antaño. Fueron silbidos reprobación. Una manifestación de desagrado y protesta, porque el que no pitaba era el equipo de casa. Hubo repetidos abucheos por el deficiente espectáculo que estaba ofreciendo el Valencia ante un Sevilla que acabó sacándole los colores, mientras los seguidores más fieles y radicales, con repetidos cánticos, reclamaban a los futbolistas testosterona. Pero, ¡que si quieres arroz, Catalina! Me decía un amigo durante el partido, antes del desaguisado, que desde que de un tiempo a esta parte el equipo andaluz se le atragantaba al Valencia. Escudriñas resultados y dices, oye, pues sí, es verdad. Tiene razón. No es un rival cómodo. Pero en ocasiones no hay que mirar sólo lo que hace el llamado enemigo que, aparte de la calidad de sus jugadores, siempre ha demostrado lo que todos conocemos; que saber manejar a la perfección los tiempos de los partidos. Sin embargo hay veces, como ocurrió en esta oportunidad, que es conveniente ir más allá de lo que hace el contrario. Es más cosa de analizar los errores propios (mirar el ombligo defensivo) que el acierto del rival. En el repaso que el Sevilla le dio al Valencia hubo demasiado de eso. Fue casi como lo del equipo aspirina, que califican algunos para fotografiar al que alivia los males ajenos. Por eso pitó Mestalla. Porque el Valencia no supo pitar y porque después de dar con la puntilla al Stoke se mostró torpe e incapaz frente al Sevilla. Eso fue un lujo que la afición no pasó por alto.
366 (Publicado en Las Provincias el 27 de febrero de 2012)
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