Cuando ayer escuché decir a Unai que el canterano merecía estar en el Valencia pero que no había querido estar, tuve la sensación de que el entrenador se refería a otra persona, porque la realidad es que él no lo quería en la primera plantilla.
En este asunto, los petrodólares del Málaga han servido para poner tierra por medio en lo que llevaba camino de convertirse en el primer desencuentro público entre el entrenador y Braulio. Mientras que el coordinador de la secretaría técnica apostaba por el chico, Unai aconsejó una cesión. Aunque ahora diga misa.
En su cuarta temporada al frente del Valencia, Unai se ha hecho fuerte. Parece que Llorente le ha dado más galones. Pero debería de ir con pies de plomo porque, por ejemplo, que todos los entrenamientos de la temporada vayan a ser a puerta cerrada es una decisión que no admite réplica, pero sí una reflexión. Servirá para dar intimidad a los jugadores y para alejar a los periodistas de situaciones que puedan ser incómodas; pero a la vez da la espalda a los aficionados y eso contrasta con la postura del club, que reiteradamente les pide que se suban al barco.
El entrenador manda más que antes, aunque no se descarta que tenga que tomar bicarbonato para digerir la continuidad de Miguel. En el llamado pacto de Picassent, una cena en la que se pusieron los puntos sobre las íes del futuro valencianista, recibió la «promesa» de un recambio del conflictivo lateral y ahí sigue y él, feliz. Claro que ayer recordó que la puerta para entradas y salidas está abierta hasta el 31 de agosto.
271. (Publicado en Las Provincias el 13 de julio de 2011)
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