En el Valencia eso ocurre jornada sí, jornada también. Mientras que el equipo galopa y corta el viento en la Liga, y sueña con meterse en cuartos de la Champions, las opiniones de dentro y de fuera son divergentes. Unos sólo miran el resultado, que en una competición es lo que cuenta al final, y otros van más allá, ¡qué atrevidos!, y se aventuran a hablar de la puesta en escena y del juego. Como si no recordaran que en el verano del 86, en la presentación del equipo, Di Stéfano justificó una victoria sobre el Manchester City con aquel popular «el que quiera espectáculo que vaya a ver al Bombero Torero».
Desde Babel y la piedra de Rosseta, en Mestalla no había tanto que descifrar. Que si falta movilidad, que si no hay salida por las bandas, que si los extremos, que si el 4-4-2, que si es mejor el rombo, que si Herodoto, que si Euclides.
Hace unos días fue el conseller de Solidaridad y Ciudadanía, Rafael Blasco, quien hurgó en la llaga. La opinión no es como lo del tabaco, los toros o los crucifijos. Todavía es libre y el profesional político, asiduo al palco de Mestalla, reclamó más satisfacciones al decir que no le gustan los excesivos rombos y cambios.
Es el poder de la palabra. Y como parece que cada uno habla un idioma, pues igual como dice mi amigo Vicent, en la próxima rueda de prensa escuchamos a Unai referirse a aquella reunión de Dalport en el edificio Europa y a las políticas solidarias y ciudadanas.
208. (Publicado en Las Provincias, 9 de febrero de 2011)
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