Casi un siglo de vida da para mucho. Desde que en aquel incierto 1919, un año de incertidumbres y crispaciones, el club arrancó en la naya del legendario Bar Torino y en un solar de Algirós, ha ido forjándose en el tiempo para entrar por la puerta grande en la sociedad valenciana y convertirse en una parte destacada de la propia historia de la ciudad.
Aunque en el hall de la antigua sede del club, la que junto al estadio funcionó desde 1972 a 1996 había una amplia exposición de trofeos y algún que otro objeto y reliquias, la primera vez que escuché hablar de un museo del Valencia como tal, con carácter didáctico y de ocio, fue en a finales de 1993, siendo presidente Melchor Hoyos, cuando se constituyó una comisión para festejar las bodas de diamante de la sociedad.
Han transcurrido casi veinte años y por fin el Valencia ya tiene su museo, que cuando algún día finalicen las obras del nuevo estadio (alguien clamará «¡Dios te oiga!»), se integrará en el complejo y formará parte del recinto.
«Quien no conoce su pasado, no tiene futuro», dice un viejo aforismo, que a lo mejor resulta un tanto exagerado, pero dejando nostalgias aparte, es innegable la importancia que tiene saber y conocer cuál ha sido el camino y por dónde se ha pisado. Y porque además nos invita a no detenernos. La historia no se inventa, el Valencia la tiene y, además de extensa, está jalonada por éxitos.
214 (Publicado en Las Provincias, 23 de febrero de 2011)
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