Quienes consideran que Moyá se examinaba el lunes en Mestalla, deberían consultar a su Pepito Grillo particular. Sobre todo el entrenador, Unai Emery. Es cuestión de que cada cual revise su conciencia. Desde luego, antes de crucificar o subir a los altares a un futbolista no estaría de más repase detenidamente su trayectoria y, sobre todo, que se detenga a discernir lo que son errores puntuales o aciertos concretos y lo que es habilidad y destreza innata o adquirida a través del trabajo.
Unai Emery consiguió que el portero balear se convirtiera el lunes en el centro de todas las miradas. Como César Sánchez cumplía un partido de sanción, al entrenador no le quedó otra que en el partido ante el Racing ofrecer a Moyá la titularidad que le había negado días antes.
Lo cierto es que podría haberse inclinado por el canterano Dani Hernández. Pero no, no lo hizo. A Moyá le había pasado factura la pifia que cometió en Brujas. Esa, y posiblemente otras de partidos anteriores. Pero sobre todo esa.
Y a pesar de todos los piropos que el entrenador le dedicó momentos después del grave error, en el partido siguiente, el del encuentro de vuelta contra el equipo belga, decidió relegarlo al banquillo. Una determinación polémica, aunque un sector que alabó la medida. ¿Que le diría Unai a Miguel Ángel antes del duelo con el equipo montañés, él que fue quien apostó por su fichaje? ¿«Ánimo, chaval, eres mi portero, demuestra lo que vales, ya ves que confío en ti»?
A lo mejor... El entrenador siempre está obligado a motivar a los jugadores, aunque a veces sólo sea de boquilla, porque ya se sabe que esto del fútbol es como la vida misma: en unas ocasiones resulta un drama y en otras un sainete. Veremos lo que toca frente al Werder Bremen...
68. (Las Provincias, 10 de marzo de 2010)
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