5/3/10

El Guaje, un pura sangre

Es un auténtico pura sangre con cualidades de felino. Habla poco y cuando sonríe lo hace acurrucando los ojos, en una especie de susurro que sugiere una combinación de picardía y goles. Un delantero de carácter. Matador. De apariencia escurridiza y burlona, ha sabido sortear mil zancadillas y hacer jirones cientos de cinturas y de ánimos de rivales. Está en lo más alto, en la cima. «L'Equipe» le concedió ayer la portada. Oreja y vuelta al ruedo.

«Mon dieu!» Los franceses, tan exagerados en su chauvinismo, no han dudado en colocar al Guaje en lo alto del pedestal. La carrera del goleador, ahora camino del Mundial, es meteórica. Sin embargo David Villa, que en unas ocasiones es tan frío y duro como el mármol y en otras tan candente como las brasas, es de este mundo y no necesita la rendición de los galos ni sus panegíricos. Acumula suficientes galones y porcentajes como para, desde hace tiempo, haber seducido a los aficionados y a los directores deportivos de no sé cuantísimos clubes.

Pero no todo son complacencias cuando se habla de David Villa. De un tiempo a esta parte el valencianismo destila una extraña sensación de sentimiento agridulce. De satisfacción y de resignación a la vez. Es el orgullo de tener en el equipo una garantía, al que siempre lleva puesta la máscara de 'killer', en contraste con la inquietud por la convicción de que la bruma estival volverá a traer nuevas propuestas y, si las cosas no cambian, que no parece, un montón de euros a cambio del temido billete sin retorno.

Si en presencia de las partes implicadas alguien saca a relucir este asunto, el hieratismo facial es común en todos los interlocutores. Nadie afloja ni quiere mojarse. Y si mucho se aprieta, mientras que desde el entorno del goleador asturiano se limitan a recordar que tiene contrato en vigor, el club da la callada por respuesta. Es un silencio que habla en voz muy alta. Un mutismo que dice que si en la caja no hay más que telarañas, probablemente no quede otro remedio que negociar un traspaso. La crónica de un viaje anunciado.

66. (Las Provincias, 5 de marzo de 2010)

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