Y a pesar de que el resultado resulta ingrato, porque un empate en casa siempre indispone, es bueno que se hable de la casta y el genio que puso el equipo. Primero, porque es verdad que lo hizo. Segundo, porque al pensar en el partido de vuelta, esa bravura invita a un optimismo positivo. Y tercero, porque así se hablará menos del futuro del entrenador, que partido sí, partido no, siempre está en boca de los aficionados. Y más, después de la extraña convocatoria de ayer, tras un polémico día de descanso que concedió a los futbolistas y el posterior conclave con los técnicos, convocado por los pesos pesados del consejo. Vamos, por Manuel Llorente.
El Valencia ayer no mereció el dolor que le causó la velocidad que el Werder Bremen impuso en la primera parte, y la torpeza del árbitro Martin Atkinson, que siguió la estela de otros ineptos como Pérez Burrull ante el Atlético o Toni Chapron frente al Brujas. Lo cierto es que el equipo no se hizo acreedor a ese castigo, aunque algunos jugadores deberían de hacer un examen de conciencia.
En el título de esta columna, después de 'casta y agallas', he añadido 'otras cosas'. Y son esas cosas las que deben preocupar. Porque el equipo ha demostrado que sabe dar la cara y meterle el miedo en el cuerpo al rival. Sin embargo eso no es todo. Queda hacerlo en los despachos.
Lo del penalti, el Valencia debería hacérselo ver. Hacerse oír donde haga falta. No sé cómo. Si lo supiera ya lo habría escrito o le habría hecho una escuchita a Llorente. Pero para eso el club tiene señores con suficiente capacidad y experiencia como para tocar las teclas necesarias y si es preciso, dar un puñetazo sobre alguna mesa. Decir un 'aquí estoy yo' y un 'ya está bien'.
69. (Las Provincias, 12 de marzo de 2010)
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