En el vetusto escenario de la calle Artes Gráficas anoche hubo una especie de reconciliación colectiva. La afición valencianista disfrutó, sufrió y volvió a disfrutar. Y despidió el partido con ovaciones, hizo la ola y los dos fondos intercambiaron cánticos. '¡Hola, fondo norte; hola fondo sur!'. Como en los viejos tiempos. Podría decirse que fue una revolución. Una especie de purificación gremial, que hubiera dicho Sandino.
Y es que Unai Emery había revolucionado el equipo. Innovó y sorprendió a todos con la alineación, con el dibujo, con el cambio inicial de sistema, e incluso a algunos nos desconcertó por lo que entendimos como falta de criterio y gesto y guiño a la galería, al prescindir de Miguel Ángel Moyá.
Claro, que con el marcador final, muchos considerarán lógico lo que hizo o, por decirlo de otra forma, le aplicarán el calificativo de daño colateral.
Pero el resultado obligará a decir que eso otra historia, como también el haber dejado de inicio a Alexis o Joaquín en el banquillo. El entrenador del Valencia jugó sus cartas y ganó la partida. Enhorabuena.
Como lo importante era pasar la ronda y el Valencia cumplió su objetivo, habrá quien se quedará sólo en eso, con la noche mágica que conduce a los octavos, y recordará que en el arranque los blanquinegros, como fanáticos puritanos, salieron directos a cazar al Brujas, y que por la calidad individual no hubiera hecho falta llegar a la prórroga.
No. El Valencia mereció haber resuelto antes. Es más equipo que el Brujas. Pero para ganar no debía haber hecho falta tanto experimento. Eso, en la ciudad deportiva. En Mestalla se espera otra cosa. A pesar de la victoria.
63. (Las Provincias, 26 de febrero de 2010)
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