Roberto encandiló al personal con las tres dianas (que pudieron ser cuatro de haber acertado en el penalti cometido sobre él mismo). De eso no hay duda. Sin embargo, antes de su vuelta al equipo nacional, este futbolista que se forjó en las filas del modesto Don Bosco ya había dicho en repetidas ocasiones que estaba en disposición de afrontar retos de envergadura y que no tenía prisa. Conociendo sólo un poquito a Roberto, estoy convencido de que en la noche del miércoles se sentiría inmensamente feliz, con el balón firmado por todos los protagonistas del partido. Un delantero vive del gol y él estaba hambriento. Pero al mismo tiempo seguro que no le gustó una pizca que desde algunos sectores, para adularle y destacar sus virtudes, echaran por tierra y menospreciaran a otros jugadores que son sus compañeros y amigos, y que ahora mismo atraviesan horas bajas. No hace falta matar a nadie para decir que el otro lo hace bien. Algo así le ocurre a Roberto en el Valencia. Acumula varias semanas de sequía y cuando el tanto se resiste, un atacante lo pasa mal. La realidad determina que mientras él ha tenido acierto rematador, el equipo ha ido viento en popa. Ha demostrado que es un elemento fundamental en la formación blanquinegra, de la misma forma que está llamado a serlo en la selección. Por eso se antoja de ventajista hablar de Roberto amparándose sólo en el hat-trick a los venezolanos. ¿Es una guinda a un partido? Pues, claro. Goles son amores, pero sería injusto olvidar otros aspectos. Movimientos, desmarques, fuerza, anticipación... Imaginemos que ese día va y no marca, ¿Entonces qué? ¿Ya no vale?
368 (Publicado en Las Provincias el 2 de marzo de 2012)
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