Está bien lo de ver fútbol que se presume que será de calidad. Lo más de lo más. Los cuatro clásicos seguiditos van a dar para hacer porras entre amigos y para hablar mucho y escribir más. A la rivalidad que existe entre los llamados favorito y aspirante, que se palpa y desde muchos sectores mediáticos se estimula cueste lo que cueste y haya que decir lo que haya que decir, se añade en juego hay tres títulos, aunque uno de ellos parece que está más que decidido. De momento, mañana, en el Bernabéu, un escalón más de la Liga; luego, el miércoles, en Mestalla, la final de la Copa del Rey, y siete días más mas tarde, en Madrid, y el 3 de abril en Barcelona, la ida y vuelta de las semifinales de la Champions.
Mi amigo el valencianista admite que tanta magnificencia le produce pelusilla. Aunque en la Liga el equipo de Unai está haciendo sus deberes con buena letra, él dice que si echa la mirada hacia Europa, en la otra orilla ve al Schalke remando hacia la final de Wembley y eso le produce ardor, porque no puede olvidarse de las ocasiones perdidas en Genselkirchen.
Pero a mi amigo le aumenta la acidez y la quemazón sólo con pensar la catarata de comentarios anti uno y anti otro que se avecina. Y para contrarrestarlo, no le queda otra que tomarse un almax y, con un par de colegas, evocar las 'noches mágicas' en las que el Valencia fue el gallito español. «¿Recuerdas aquellas goleadas a la Lazio y al Barça camino de la final de París.?»
235. (Publicado en Las Provincias, el 15 de abril de 2011)
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