Es un guión que se repite de forma cíclica. Cada vez que el Valencia viaja al Barnabéu ocurren cosas tan enigmáticas que a Iker Jiménez le proporcionarían suficiente material como para programar toda la temporada. ¡Esto es sobrecogedor, Carmen!
En el argumento aparecen otras circunstancias adversas, las acciones inalienables que ni se pueden ni se deben de pasar por alto, que conllevan una penitencia que lavaremos en casa. Eso no se puede obviar. Pero no quita para que lo otro le arrebate todo protagonismo porque en cuanto se anuncia el desplazamiento al distrito de Chamartín, se suceden los presagios y malos augurios. Es como si por arte de no sé qué sortilegio se pusiera en marcha una maquinaria y empezara el peregrinar de espíritus invisibles e intangibles, a los que algunos dicen que han visto deambular errantes por Las Rozas, como la procesión de la Santa Compaña.
«A veces veo muertos». Mucho antes de llegar a La Castellana, ya en la avenida del Mediterráneo, llegaba un tufillo de partido de «furbol» (sic) con connotaciones fantasmagóricas, porque hasta allí alcanzó a escucharse el sonido de las cadenas que arrastran esos seres etéreos, amantes de la buena mesa y sobremesa, que no tienen necesidad de decir nada para transmitir consignas a los llamados estómagos agradecidos o simplemente ineptos porque sí.
El próximo viaje a Madrid habrá que hacerlo llevando ajos... y una estaca para darle un buen coscorrón en la testa al Porta de turno. A ese que sin ser falangista ya lleva anclado al sillón cinco legislaturas y no hace más que reiterar dislates.
180. (Publicado en Las Provincias el 6 de diciembre de 2010)
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