Por mucho que se empeñen algunos, los Villarreal-Valencia y viceversa cada vez tienen más de duelo y menos de 'germanor'. Y en esta ocasión más. Aunque desde los dos clubes quitaron hierro (quizá con la boca pequeña), desde otros sectores se dieron aire en aventar las brasas de los acontecimientos que se habían producido en el partido de Liga. Por eso el primer round del enfrentamiento copero ya lo hubiera querido para su plató el Jorge Javier de turno.
A nadie se le olvidó el desplante de Garrido a Unai al acabar el encuentro en Vila-real ni el incidente que el ex presidente del Valencia Paco Roig y su hijo Alfonso protagonizaron al increpar a Manuel Llorente. Ni tampoco el malestar de los seguidores valencianistas por la deficiente ubicación que les ofrecen en El Madrigal.
Había, pues, suficientes motivos para que Mestalla fuera una olla a presión. Algunos aficionados, más curiosos que nunca, repartían la mirada entre el palco autoridades y el túnel de vestuarios, que es el que marca frontera entre los dos banquillos. Por un lado no querían perderse el reencuentro de Llorente con Fernando (el hermano de su peor adversario), aunque todos sabían que se habría producido en el antepalco, antes de que ambos se presentaran en el tendido, ni tampoco era cuestión de dejar pasar por alto la confluencia de los dos entrenadores.
Pero hay otro 'encuentro' mucho más importante que los de ayer. El que supone un margen de maniobra, para bien o para mal porque, resultado al margen, en esto de la Copa siempre hay que hablar al final de la corrida.
187. (Publicado en Las Provincias, 22 de diciembre de 2010)
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