El Valencia goleó al Bursasport con un marcador más propio de Roland Garros que de Mestalla. Por lo abultado parece que obliga a cantar alabanzas y obviar las carencias defensivas de un equipo al que en el primer cuarto de hora un grupo de amigos que había ganado la liga turca le sacó los colores varias veces. ¿O no? Seguro que Unai, que tendrá todos los defectos que sus detractores quieran buscarle, le habrá dado mil vueltas a los errores defensivos de su equipo (digo equipo, no defensa).
A pesar de que los resultadistas no irán más allá del espléndido marcador, el técnico del Valencia no debe estar contento, aunque la media docena de goles haya reforzado su credibilidad, y la puñetera lesión de Moyà sirva para que muchos que cuestionaban su negativa a una cesión de Guaita, ahora le doren la píldora porque ven en el portero de Torrent una garantía de presente.
Jugar, ganar, tal vez golear. En el fútbol no importa el idioma, porque el triunfo y la derrota tienen un lenguaje universal. De madrugada, después de un tentempié y del análisis de los desajustes defensivos y los aciertos en ataque del Valencia, un colega amigo se refirió al dualismo del deporte y denunció los habituales cambios de conjugación de quienes cuando es conveniente y están satisfechos con su equipo, utilizan el «ganamos» pero no dudan en transformarlo en «perdieron» si las derrotas escuecen. Creo que se trata de un error más de sentimiento que semántico. Por eso ahora, en época de carestía, una goleada da mucho lustre al triunfo y relega y hace olvidar errores que en otras circunstancias nadie pasaría por alto.
176. (Publicado en Las Porovincias, 26 de noviembre de 2010)
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