A pesar de que trato de darle ánimos y resalto las virtudes de los futbolistas que han llegado para cubrir las bajas de los que se fueron, mi amigo está muy preocupado por el futuro. Le diga lo que diga, no se queda convencido. Dice que no lo ve claro y, en ocasiones, incluso, echa mano de la memoria historia para recordarme a los personajes que a lo largo de los años, unos para bien, otros para mal, fueron protagonistas con el timón en las manos.
Aunque se sabe de carrerilla la historia del Valencia, porque su abuelo le arrullaba con leyendas de los tiempos heroicos, su discurso no va mucho más allá de los dos golazos que Kempes le encasquetó al Real Madrid en 1979, para traerse a Mestalla la quinta Copa, que para eso él se pegó la paliza en un «seiscientos», hasta el Calderón.
Entre trago y trago, dice muy serio: «¿Te das cuenta del presente del Valencia?». Y hace una recapitulación de los logros y despropósitos de los últimos presidentes del club. «A Ros Casares se le recordará porque fue quien compró la Ciudad Deportiva; a Pepe Ramos, por los dispendios pero también por éxitos en la Copa, la Recopa y la Supercopa; a Arturo Tuzón, por la austeridad y eficacia para levantar a un gigante caído; a Paco Roig, por ilusionar a la afición, pero también por ser un lince en los negocios, que todo hay que decirlo; a Pedro Cortés, por la venta de Mendieta y la Copa en La Cartuja; a Jaime Ortí, porque con 'cuatro' acciones sigue siendo el dirigente más laureado de los últimos años; a Juan Soler, por sus despropósitos; a Vicente Soriano, porque con todo 'embastat', no consiguió vender las parcelas...»
«¿Y a Llorente? ¿Por ser quien despachó a Benítez en 2004 y quien traspasó a Villa en 2010?» ¡No, hombre, no!, le contesto. Manolo tiene tiempo por delante para que la historia le recuerde por otros motivos. Ya lo verás...
124. (Las Provincias, 21 de julio de 2010)
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