Andy había cometido un error al tratar de combinar el plato grande con piñones muy grandes y el asunto, que no es patrimonio del ciclismo, sirvió para animar las tertulias con variadas opiniones sobre lo que se entiende por juego limpio y desaciertos de un rival.
La situación no es ajena al fútbol. Hasta hace bien poco el Valencia ha tenido en sus filas un futbolista que cuenta en su haber con un gesto por el que Bilardo le habría negado el saludo. En la temporada 2004-05, David Silva, entonces cedido al Eibar, recibió el trofeo fair play porque en un partido contra el Lleida, con 1-1 en el marcador y a ocho minutos del final, en disposición de ir en busca del gol decidió echar el balón fuera de banda al observar a un rival tendido en el suelo, lesionado.
En el fútbol se ha cuestionado si es de recibo detener el juego cuando el contrario se lesiona, porque en numerosas ocasiones se han visto demasiados «Rambales», esos prolíficos futbolistas-actores que saben dramatizar un error e incitan a enviar el balón fuera, y también se han visto a algunos árbitros que aunque desconocen quien fue Marañón, deciden si es o no necesario detener el juego para la intervención médica.
¿Imaginan a Alonso empujando el McLaren de Hamilton porque al británico se le ha calado en la salida? ¿O a Pedrosa esperando a Rossi en una curva? ¿Y a un portero consolando a un delantero que ha enviado el balón al poste?: «Has tenido mala suerte pero la próxima vez tira al centro que yo me aparto.»
Como la faceta comercial se ha agigantado tanto en el deporte, resulta muy difícil olvidarse de que el pistoletazo de salida siempre se da a la voz de «maricón el último».
125. (Las Provincias, 23 de julio de 2010)
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