Si para el espectador la norma supuso una bendición porque podía identificar a los jugadores desde la distancia de su localidad, allá en lo alto, en la general, a los futbolistas les incentivó su ego por lucir el seis, el ocho o el once, y más aún cuando desde la temporada 95-96 el número va acompañado del nombre del protagonista. Cuántas veces, después de un gol, hemos visto como el autor levanta los brazos y, con los pulgares hacia abajo, señala su espalda, remarcando su protagonismo. «¡He sido yo!», parece decir, para que no haya dudas.
En el mundo del fútbol estos días se habla mucho de dorsales. En el Valencia, a pesar de que Unai Emery todavía no los ha repartido, Pablo Hernández y Joaquín se rifan el siete que dejó David Villa.
En el Bernabéu también andan mareados con el dorsal vacante de Raúl González. Algunos guasones han insinuado que Cristiano Ronaldo ha reducido sus vacaciones y se ha presentado con antelación a los entrenamientos del Real Madrid para que nadie le arrebate el siete. La marca CR7 reporta muchas perras al portugués.
Mientras, en su nueva andadura en el fútbol alemán, Raúl ha llegado a un acuerdo con el que él llama «el Chino», para que le ceda el siete en el Schalke 04. El también ex madridista Guti, más chulo que un ocho, lleva el doble, el catorce, que va a mantener en el Besiktas. Y no creo que los nacionalistas del Barcelona pongan el mínimo pero para que el Guaje siga siendo el siete de España.
Y es que en el fútbol hay quien está en condiciones de elegir un número y a quien se le impone sin más y ha de conformarse. Por ejemplo, en Argentina la AFA le ha dado el cero a Maradona por unanimidad.
128. (Las Provincias, 30 de julio de 2010)
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