En un club de fútbol como el Valencia, cada día más SAD, cada día más empresa, deberían de existir dos cuentas de resultados, y con ello no insinúo una doble contabilidad. ¡Dios y Hacienda me libren de malos pensamientos! Me refiero a los resultados propiamente económicos por un lado, y al rendimiento estrictamente deportivo por otro. Dos caminos que deberían ser paralelos y que muchas veces resultan divergentes.
Al aficionado en general le preocupan más los resultados deportivos que los otros. A veces levanta la voz en época de juntas generales, pero cuando realmente se le oye de verdad y bien claro es cuando se pronuncia en la grada de Mestalla, y cuando confluyen resultados adversos, quienes no comulgan con las ideas de Unai no tardan en desenterrar guerra.
La imparcialidad es un valor fácil de subvertir. Es suficiente con presentar los hechos de una manera u otra. A veces de forma injusta e, incluso, tendenciosa. Una cosa es que, como puntualiza un lector con toda la razón, Unai sorprende (y le enerva) cada jornada con una alineación; en tres temporadas no ha acertado a definir un equipo (cien 'onces' distintos en más de cien partidos), si bien conviene advertir que del periodo inicial sólo permanecen ocho futbolistas. Pero otra cuestión a tener en cuenta es que, con los mimbres con los que comenzó el ejercicio (especialmente por las ausencias de Villa y Silva), pocos confiaban en que a estas alturas de la temporada el equipo estuviera disputando la tercera plaza.
Todo es según el cristal con que se mira. A pesar de que la renovación siempre debería depender de la confianza que el jefe tuviera en el subordinado, la cuenta de resultados será la que determine si se apuesta por continuidad o no. Eso: ¿O no?
226. (Publicado en Las Provincias, 23 de marzo de 2011)
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