El Valencia es un sentimiento
y eso, como dice el pasodoble del cariño verdadero, es algo que ni se compra ni
se vende porque no hay en el mundo dinero para comprar los quereres. Pero la
realidad es que el presidente Amadeo Salvo, que comulga y airea la idea de la
vieja copla, ha sido el primer artífice para promocionar la venta del club. Y como
se ha dicho hasta la saciedad, en un breve plazo –el primero de abril– el
Valencia tendrá un nuevo dueño.
Sin embargo, dado que el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri
puntualizó ayer que no se trata de saldar la deuda, si no de mantener un proyecto
sostenible, ya no sé qué pensar porque el máximo mandatario del banco ha venido a
desvelar del Valencia lo que me pasa a mí con un bonito apartamento heredado,
en primera línea de playa, pero que carece de piscina y ascensor: que ahí
estamos, espera que te espera, a que llegue alguien con la chequera abierta y
el bolígrafo en ristre. Y eso no es fácil porque, en este caso, además, han
puesto de patitas en la calle, por filtrador, a un pretendiente que partía
entre los favoritos en el negocio. De esta forma el asunto parece que se ha complicado
algo más de lo que estaba para que Bankia, Generalitat, Valencia y Fundación se
pongan de acuerdo en la elección del nuevo propietario.
Entre tanto, el proyecto de futuro del equipo no se detiene. Sigue en
marcha porque por cordura no se puede paralizar, aunque la situación resulta ¿paradójica?
Los técnicos, y el mismo presidente, trabajan en la planificación de la nueva
temporada sin saber si ellos seguirán ahí. Desde luego nadie les garantiza que
formen parte de la idea del nuevo dueño. Han de hila fino para no dejar
herencias desagradables. Han de hacer equilibrios en la cuerda floja, porque
siempre estarán expuestos a que –aunque nunca ha sucedido y mira que ha habido
motivos para ello–, al final alguien exija responsabilidades de una forma
contundente.
542 (Publicado en Las Provincias, e 21 de marzo de 2014)
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