En el mundo de fútbol se
podría echar mano de ese invento de los palermitanos para tratar de explicar un
montón de cosas que se ocultan detrás del balón. Como por ejemplo los escándalos
que recientemente hemos vivido por los supuestos favoritismos en las decisiones
arbitrales. La vieja polémica que se repite cada año y que, vinculada a los
tejemanejes de los gerifaltes que llevan las riendas de este deporte, siempre van
detrás de una circunstancia puntual en la que algún equipo se ha sentido gravemente
perjudicado porque el árbitro ha pitado un penalti que luego las repeticiones
en televisión determinaron que no debía de haber señalado, o al revés, porque dejó
de sancionar una acción que, también por reiteración de las imágenes, resulta
que sí que debió de aplicarle un castigo.
Ocurre aquí y allá, aunque
a lo mejor allá, por decirlo de una manera educada, ponen bastante más énfasis que
en otras partes y hacen mayor hincapié en la incompetencia de quien les ha
perjudicado. Es algo que se reedita temporada tras temporada y, como en la viña
del Señor, no distingue de ricos y pobres, si bien los ricos en estos casos suelen
hacer mucho más ruido, arropados por sus hordas, en algunos casos mediáticas.
Que los árbitros se
equivocan es un axioma como que algunos medios de comunicación ejercen una
tremenda presión sobre las actuaciones arbitrales. Pero para determinar que un
equipo gana o pierde la Liga, alcanza determinada clasificación o sufre el
descenso de categoría, "la dietrología" nos obliga a detenernos en el
estudio de las diferentes variables que durante la temporada concurren en cada
uno de los partidos que se disputan. Lo demás no son más que discusiones de
barra de bar.
543 (Publicado en Las Provincias, el 28 de marzo de 2014)
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