Pero desde luego nada de cilicios ni mortificaciones y, sobre todo, oídos sordos a los cantos de quienes hace tres días colocaban al Valencia como firme aspirante y ahora ya le han quitado los galones. Fue un partido más. Y si la lógica hace ascos al mundo del fútbol, donde el que más tonto un día va y fabrica relojes, este tipo de encuentros entre gallitos siempre resultan a cara a cruz. Puede pasar cualquier cosa. Lo dicta la experiencia.
El Valencia desaprovechó la oportunidad de llenar el depósito de la confianza, que era importante, pero más lo fue haber perdido el norte. El equipo salió sin la brújula con la que navegaba viento en popa. Y cometió errores individualidades y de grupo.
Viene bien recordar que la víspera del partido, al responder a una pregunta sobre los puntos débiles del rival, Unai se metió en un jardín. «Si empezamos a enumerar serían muchos.» arrancó para, al darse cuenta del patinazo, tirar de la brida. ¿Lo de ver la paja en el ojo ajeno?
Después del 2-3 el entrenador admitió que por primera vez su equipo no mereció la victoria y eso le obliga más a analizar en profundidad el partido. Las enormes dificultades y errores puntuales de quienes tenían como primera misión la faceta defensiva y la falta de fluidez de quienes debían de crear y marcar. Para que nadie le recuerde lo de la viga en el ojo propio.
35. (Publicado en Las Provincias, 14 de diciembre de 2009)
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